sábado, 21 de mayo de 2016

Teúrgia andina

Presentación de la exposición de pinturas en IDB Staff Association Art Gallery en Washington DC, EEUU, del 6 al 17 de junio. Acto de inauguración el lunes 6 de junio a las 18 horas, toda la comunidad del área metropolitana de Washington DC, está invitada a este evento de arte, entrada libre. 1300 New York Ave NW. Washington DC 20577. La entrada por la galería es por la calle 13.

Orlando Arias Morales:
Agua/Fuego/Arte/Sueños




Estas líneas tratan de Bolivia y de un pintor boliviano que reside en España, desde 2004. No es fácil identificar Bolivia y lo boliviano. ¡Estaño, cobre, plata, hombres, soledad! Su diversidad telúrica y étnica, su complejidad, dificulta una visión de conjunto. Un heterogéneo convivir de caracteres, de riquezas y pobrezas, seres y heridas, que opacan una entidad identitaria. Lo que es extensible a su arte y su literatura.

Para Waldo Frank Bolivia era: ”El pedazo de tierra más rico del mundo pisado con los pies más pobres del mundo”. Lo recuerda Blanca Luz Brum, en las notas de sus andanzas americanas. País lejano y alto, oprimido, envuelto en atmosferas elevadas, nunca bien explicado. Nunca bien querido, porque ni se exhibe su entidad ni se la desvela.

No embargante, cautiva su arte y su poesía, sobre todo, su canto. Eso me da la oportunidad de poder referirme a estos ámbitos con cierta información y conocimiento. Se ha tildado de país secreto, porque no se cuenta con su actividad creadora, ni creativa, en la medida de su dimensión. El hispanista Claude Couffon, en la introducción a la antología bilingüe, Poesíe bolivienne du XXe siécle, Editions Patiño, Genève 1986, matiza como “la indiferencia se obstina en envolver a las letras bolivianas”.

Sin embargo hay autores con prestigio internacional como María Luisa Pacheco, Marina Núñez de Prado, Rodolfo Ayoroa, Cecilio Guzmán de Rojas -para Cerruto, “el mejor pintor de Bolivia”-, Fernando Montes, Roberto Valcárcel, Gastón Ugalde o Efraín Ortuño ...Y poetas de porte: Jaime Sáez, Yolanda Bedregal, Edmundo Camargo, Julio de Vega, Gonzalo Vásquez, Roberto Echazú, Eduardo Mitre, Blanca Wiethüchter o Pedro Shimose, que vive en Madrid desde hace varias décadas. 

Orlando Arias Morales, Potosí 1954, despierta al dibujo y la pintura en Cochabamba. Tras una formación azarosa y fragmentaria, comienza a exponer en Oruro, Santa Cruz, La Paz. Se marcha a Ecuador, mostrando su trabajo en Quito. Y de ahí a Perú, estableciéndose en Colombia en 1988. Desde Medellín mantiene contactos con EE.UU y Costa Rica y países europeos.

Se desplaza a Italia, en 2003, residiendo y exponiendo en Florencia y, un año más tarde, se traslada a Madrid, donde vive y trabaja al presente. Un pintor trashumante que nunca ha perdido sus raíces, cuya tradición anima su lenguaje plástico. Pinta el tiempo y el espacio imbricándolos.

Conozco el trabajo que ha desarrollado en España, escribiendo en más de una ocasión o conferenciando sobre él. Y no sólo su pintura, sino su obra literaria, Los sueños de Alejandro e Isabel que hacen de Orlando Arias un artista multifacético y plural. Con todo, son actividades distintas cuyo análisis no cabe en este espacio, que voy a dedicar a su obra plástica, a su pintura.

Su capacidad técnica, en gran medida aprendida trabajando, no tiene discusión. Es no sólo correcta, sino excelente, por lo que transita por técnicas diversas con señorío. Como prueban su pintura original y las copias que ha realizado de obras de Velázquez, Goya o Rembrandt. De todas ellas, quizá la más complicada, El regreso del hijo pródigo de Rembrandt, para el Oratorio de la Parroquia de San Sebastián Mártir de Madrid, o la del Retrato de María Teresa de Vallabriga de Goya.

Es más, con ocasión del centenario de poeta boliviano, Óscar Cerruto (1912-81), voz existencial, lúcida de sal y estaño de la Bolivia más honda, le encargué para ilustrar unos artículos sobre su poesía un retrato de Cerruto e hizo varios magníficos a la acuarela, porque Orlando Arias, está pertrechado de contrastado oficio y evidente creatividad.

Orlando Arias Morales pertenece a la generación de la diáspora, que se vio obligada a emigrar por razones económicas, sociales y culturales. Recaló en España, donde más tiempo ha vivido, haciendo una figuración indigenista, con un fogoso cromatismo, que identifican su lenguaje.

Antes de esta versión de su experiencia, de este Homo evolutis, transitó el realismo, hiperrealismo, expresionismo figurativo, abstracción, para dejarse atrapar por esta figuración imaginativa, no referencial, amerindia, que da vida a una mitología andina, con dioses y moradores del altiplano, reyes y princesas, que coadyuvan a formar un imaginario genuino, límpido, donde el agua diluye el color y da formas de vida, y el fuego pone una telón de fondo a sus invenciones, que son estéticas, enigmáticas y características.

En 2007, para su exposición en la Fundación Artecovi, escribí un texto sobre su serie Ciberandinos, que introducía e ilustraba el trabajo que había realizado en España y antes, desde 1995 a 2006. Era una pintura, que fusionaba formas y conceptos, sueños y realidad, tradición y modernidad, emoción y misterio, que anticipa la que ahora muestra.

Sus Siluetas atmosféricas, óleo sobre lienzo o cartulina, su quehacer más reciente, de este mismo 2016, representa la constitución séptuple del hombre, son vestigios del ser sobre la niebla, diálogo de colores y de sombras, que prospera en un ambiente lucido de intimidad.

Lo que vemos en esta exhibición, su serie Homo evolutis, o Teúrgia andina, de 2015, son acuarelas sobre papel y óleo sobre lienzo, que nos religan a una tradición andina con formas de absoluta vanguardia, siempre orientadas por su excelente mano de dibujante y por su clara concepción del color como un himno, solemne y sencillo, para una música misteriosa y equinoccial, que suena entre la leyenda y la vicuña.

El azar y la necesidad se unen a la imaginación y lo invisible se hace visible por mano del pintor, que administra formas y cromías hasta aproximarse a lo que veía sólo en su mente. Ensambla sueño y realidad, deseo y destino, tradición y poesía, luz y libertad, calor y color, pulcritud y posibilidad. Una pintura que se ubica en un tiempo y un espacio, para trascenderlos. El Illimani alumbra el pulso de una mano que es alma de los colores que explaya, con vocación de fragilidad y perennidad.

                                                                                                                                       Tomás Paredes                     Presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte/AICA Spaìn
Madrid 2016

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